jueves, 19 de junio de 2008

Estado y pobreza

Estado y pobreza. Una reflexión en torno a la democracia y la desigualdad económica en América Latina.

Por Víctor Aguilera

Cuando en 1983 el entonces candidato presidencial argentino Raúl Alfonsín expresó, con la democracia se come, se cura y se educa, amen de una grave ignorancia y la festividad que envolvía el panorama latinoamericano ante el regreso de la libertad política en la zona, sus palabras evidenciaron la persistencia de una idea –que cuando no equipara la libertad política al desarrollo económico la supone su causa– dentro del pensamiento latinoamericano.

Así, no extraña encontrar hoy a tres décadas del resurgimiento de la democracia en la zona, una fuerte insistencia por culpar a los regimenes democráticos de la precariedad económica imperante.
El problema de este argumento radica en que la persistencia de atribuir a la democracia la responsabilidad respecto a viejos problemas de distribución económica puede allanar el camino a formas políticas no democráticas. La historia ha mostrado constantemente las consecuencias que en detrimento de la libertad dicha idea ha generado.

En este sentido si de algo puede acaso responsabilizarse a los gobiernos democráticos es de la ineficiencia –y en ocasiones ausencia– de mecanismos para el mejoramiento de las condiciones materiales de amplios sectores sociales, sin embargo, el problema no es exclusivo de sistemas políticos abiertos.
El reto constituye una dimensión funcional de todo Estado. Su realización carece de signos, es responsabilidad derivada de su naturaleza. Si a ello se suma la tendencia tradicional de los gobiernos autoritarios de legitimar su presencia vía el trastrocamiento impune de la economía, alterando artificialmente los mecanismos redistributivos tenemos que si bien la democracia no genera pobreza, ha fallado en superarla.

La centralización de la política –en lo social tanto como en lo económico– a manos del Estado ha socavado los beneficios de la autonomía contenida en el ideal de libertad del principio democrático.
El problema aun formulado como explicación de la realidad no es para nada menos grave que la tentación de pensar que privilegiar la coacción de la libertad sea una respuesta razonable para el desarrollo económico en el marco de una sociedad democrática.
Sin embargo, aun ante la abundante evidencia que el estudio de este fenómeno ofrece.[1] La escena política de la zona lejos de ofrecer una perspectiva positiva, nos muestra la alarmante persistencia y afianzamiento del problema –en distintos pises como Cuba, Bolivia, Venezuela y Haití– lo que sin duda nos pone a pensar seriamente respecto al rumbo que seguirá América Latina en el futuro.

El fenómeno resulta inquietante, y aunque ha sido claramente identificado no podemos siquiera suponer que estemos cerca de hallar una solución que alivie las tensiones que alberga. Esto resalta que la forma de entender un problema influye fuertemente en las respuestas que formulamos.
Lo que nos invita a revalorar las conquistas alcanzadas en el marco de la democracia y la consideración que supone a la política una esfera desvinculada de la economía. La libertad política no es cualquier dadiva.
Se trata de un elemento definitorio de toda sociedad prospera, sin ella difícilmente podríamos expresar nuestras ideas y ejercer la posibilidad de elegir de entre una amplia gama de opciones el conjunto que favorece el alcance de nuestros intereses.
Esperar que el remedio a los problemas de distribución de los recursos económicos tenga por condición la coacción de nuestras garantías resulta muy oneroso. A decir de un viejo dicho, la jaula aunque sea de oro, jaula es.
[1] Huntington, Samuel (1968 [1974] El orden político en las sociedades en cambio, Paidós, Buenos Aires.
Prezeworski, Adam (1997 [1995]) Democracia y Mercado, Paidós, Buenos Aires.

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